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Bitácora del Taller de Letras

Por: Alex Jiménez

Primera sesión: mayo 7 de 2018.

En la primera sesión del taller conocimos los intereses e inclinaciones musicales de los 4 asistentes: Kelly, Sandra, Rubén Darío y Daniel. Entre los posibles obstáculos que los participantes encontraban para escribir una canción, se mencionaron el conocimiento limitado de acordes por un lado y la ignorancia de “palabras sofisticadas” por el otro. Esto nos llevó a la lectura de un poema de Nicolás Guillén y de una canción de Juan Gabriel. Llegamos a la conclusión de que escribir una canción no consiste en usar palabras o acordes sofisticados, sino en tratar de desnudar con nuestras herramientas lo que queremos decir, sea una idea o un sentimiento. Se insistió en que es preferible desnudar lo que hay para decir, en oposición a la idea de desnudar al autor. Alex propuso un ejercicio para detonar sensaciones: mientras él tocaba un arpegio con variaciones de intensidad, los asistentes escuchaban y escribían algo que la cadencia les evocara. No había límite de ningún tipo: podía ser una palabra, una frase, una historia, un dibujo. Al final encontramos resultados interesantes, a los que se llegó de manera intuitiva: Daniel escribió una pequeña historia con una serie de verbos que se acumulaban hasta lograr una sensación de imposibilidad. Los verbos le dieron dinamismo a su creación. Esto nos llevó a hablar de una frase de un poeta: “el adjetivo que no da vida, mata”. Preferimos describir una situación o un personaje de manera indirecta: mediante acciones, en este caso. Recordamos la canción “rata de dos patas”: la acumulación de partículas adjetivales en ese tema no ayuda a que nos hagamos una idea de la persona a la que intentan describir, sino del descriptor. Sandra escribió una sola frase. La analizamos y recordamos lo dicho por otro poeta: “un verso tiene dos obligaciones: conmovernos y tocarnos físicamente”. Preferimos que el escritor apele a nuestros sentidos más que a nuestras abstracciones. Nuestro ejercicio fue inspirado en la música programática, pero lo hicimos en sentido opuesto. Como tarea, cada participante elegirá una canción para analizar los siguientes elementos: -¿Quién habla? -¿A quién se dirige? -¿Qué dice? -¿Cómo lo dice? -¿Por qué?

Bitácora del taller “cantar el cuento”. Segunda sesión: mayo 11 de 2018. En esta sesión revisamos las actividades propuestas. Rubén Darío leyó siete versos que había escrito a partir de las sensaciones evocadas por el fragmento musical interpretado en la guitarra. Esto nos introdujo en conceptos métricos como sinalefa, sílabas métricas, sílabas fonológicas, rima parcial y rima total. Vimos que, según Quilis, nuestro idioma es paroxítono (grave); de ahí que la métrica haya descubierto que a los versos oxítonos (agudos) se les sume una sílaba más de las que en verdad tienen, y a los proparoxítonos (esdrújulos) se les reste una. Para que nunca se nos olvide esa regla, recordaremos los versos de El General (“el general te pone a bailara; el general te pone a gozara”). Después, Rubén nos leyó la letra del tango “El caminito”. Esa letra resultó especialmente reveladora para nuestro propósito. Aprendimos que una canción será más clara y más concreta cuando sea capaz de responder el mayor número de estas preguntas: -¿Quién habla? -¿A quién se dirige? -¿Qué dice? -¿Cómo lo dice? -¿Por qué? -¿Cuándo? -¿Dónde? Esta canción nos introdujo en el tema de “punto de vista”. Vimos que un tema muy trajinado como el desamor adquiría una mirada conmovedora con la metáfora del camino como testigo de lo que fue y nunca más será, y de la soledad del narrador. Sandra hizo notar que, aunque el narrador usa la palabra “tristeza”, en realidad no era necesaria para dar la sensación de melancolía. Vimos el ejemplo de “Ironic”, de Alanis Morrissette: la acumulación de imágenes o situaciones que resultan irónicas. Kelly nos leyó la traducción de Perfect, de Ed Sheeran. La segunda estrofa nos regaló una escena que nos llevó a reiterar la importancia de los sentidos: los personajes bailan descalzos en la hierba. Hay dos actividades propuestas para la siguiente sesión: cada participante tomará algo de una historia, de un cuento, de una película o de una crónica (un personaje, una sensación, un momento) y tratará de traducir eso de manera musical: puede ser una melodía breve, un arpegio, una secuencia de acordes, etc (quienes no tengan conocimientos de armonías o melodías, podrán usar un ritmo; vimos la introducción de Trainspotting para mostrar la capacidad de evocación de una batería). La condición es no usar palabras en este ejercicio. Por otro lado, los asistentes elegirán una canción de un idioma que no conozcan y harán una versión en español de la primera estrofa. La condición es que no tengan ni idea de qué se trata la canción de la que parten.

Bitácora del taller “cantar el cuento”. Tercera sesión: mayo 18 de 2018. Hoy conocimos a una nueva compañera: Tirsa. En esta sesión revisamos la actividad anterior. Escuchamos la canción Matilde Lina, que es una de las formas de escribir una canción: partir de una melodía. La melodía tiene un poder de evocación que desencadena ideas y sensaciones diferentes en cada persona: es una buena ayuda a la imaginación. Vimos y analizamos varias canciones cuyos arreglos ayudaban a reforzar el planteamiento de la letra. Eran canciones populares: Caray, Bloom, Mono Loco, La muerte de Jaime Garzón y Esa noche. Recordamos que el poema es desarrollo: si tenemos una idea, sensación o historia, la vamos a presentar paulatinamente, sin revelar lo más intenso desde el principio sino paso a paso. Aprendimos que la mayoría de cantautores aborrece el desplazamiento de acentos, pero que en la lengua española hay dos licencias poéticas a las que podemos acudir si es inevitable hacerlo: sístole y diástole. De nuevo recordamos algo importante: el lugar común aparece cuando, por alguna razón, no sentimos. Los ripios son tan comunes que incluso los grandes poetas de nuestra lengua los cometen. Sin embargo, vamos a intentar no caer en ellos. Sin perder de vista los conceptos que hemos estado estudiando, los asistentes harán su primera letra la próxima sesión.

Bitácora del taller “cantar el cuento”. Cuarta sesión: mayo 21 de 2018. En esta sesión hablamos de la frase de cajón y la frase rebuscada. Ambas nacen cuando el escritor, por falta de tiempo u otras circunstancias, no se compromete profundamente con lo que quiere decir. Sandra y Kelly no pudieron acompañarnos. Tirsa y Rubén Darío nos compartieron dos letras. Ellos y Daniel aseguran que es más fácil llegar a una canción a través de la melodía. La letra de Tirsa tenía unos valores que ella va a tratar de desarrollar más a fondo: la idea de lo luminoso, y los tres tiempos que maneja la historia. A la canción de Rubén le hicimos algunos comentarios que podrían ayudar a desarrollar todo su potencial: algunas repeticiones de cuatro frases, dejarlas en tres para acentuar lo inestable con el número impar; recurrir a los relativos menores de los acordes en la parte triste de la historia. Gracias a esa letra vimos que si el escritor tiene clara la idea, esta se verá reflejada de manera transversal: había grupos de palabras que tendían a un mismo propósito en diferentes versos. La palabra “cobardemente” era demasiado visible: recordamos que Hemingway había escrito 35 veces la última página de “adiós a las armas” para “suavizar el lenguaje”. A veces es preferible que la opinión del escritor no se note: los oyentes somos los que deberíamos llegar a las conclusiones. Había una frase de la canción que no era clara: habría que eliminarla, o aclararla.

Bitácora del taller “cantar el cuento”. Quinta sesión: mayo 28 de 2018. En esta sesión hicimos un ejercicio que dio frutos muy eficaces: los asistentes debían contar un pequeña historia de unas pocas frases en la que evocaran alguno de estos sentimientos: miedo, alegría, rabia, tristeza. La condición era que no usaran esas mismas palabras ni otras que guardaran relación de sinonimia. Todos los asistentes lograron el objetivo. Tirsa hizo una descripción de un lugar de manera menos vaga, y compuso un párrafo con un muy buen contenido plástico. Hablamos de un escritor japonés que hizo el ejercicio de escribir algo en inglés y traducirlo luego a su idioma: el resultado fue lograr un estilo único en su idioma. Daniel pensó que esa podría ser una buena opción para sus letras. Rubén Darío hizo algunos cambios a su letra. Fue especialmente valioso el descubrimiento que hizo de uno de sus versos. En la versión original decía “pero un día, un día, un día, un día”. El cambio sugerido fue repetir solo tres veces, “pero un día, un día, un día”, para acentuar la inestabilidad con lo impar. Lo que él escribió fue mucho mejor: “pero un día, un día, y otros días”. Ese plural le da mucho más peso a la historia de la letra: un hombre engañado sistemáticamente por la mujer a la que amaba. Luego grabamos la canción en dos versiones: una, con los acordes mayores (la original); otra, con el cambio de mayor a menor en la segunda parte. Todos parecen estar de acuerdo en que la segunda manera colorea mejor la idea.

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